Para entender lo que hay detrás de una
discusión tan cargada de emociones y tan plagada de confusiones como la que se
refiere al lucro, partamos aclarando de una vez en qué consiste el lucro y cómo
se produce. Imaginemos por un segundo que el dinero no existe en la economía,
como era el caso hace milenios. Si no existiera dinero y usted quisiera hacerse
de un bien o servicio provisto por otra persona, usted estaría obligado a
ofrecerle directamente algo que produjo o posee. Eso es lo que se conoce como
trueque y era la forma de intercambio universal en las economías no
monetizadas. De este modo, si usted quería un kilo de pescados tenía que dar a
cambio, por ejemplo, un quintal del trigo que había producido. En este
intercambio no existe dinero, pero ¿existe lucro? Evidentemente.
El lucro es un concepto enteramente subjetivo
referido a la ganancia que para la persona que realiza el intercambio supone el
haber recibido algo a cambio de lo que entregó. La razón por la cual usted está
dispuesto a pagar un quintal de trigo por un kilo de pescados es porque usted
valora más el kilo de pescados que el quintal de trigo, de otra forma no haría
el intercambio. De este modo ambas partes se benefician del intercambio, es
decir, ambas partes lucran, pues ambas reciben algo que valoran más a cambio de
algo que valoran menos.
Toda relación de intercambio voluntario es, por
lo tanto, por definición una relación en la que las partes involucradas lucran.
El dinero, factor que impide a la gente entender esto llevándola a pensar que
solo el que lo recibe lucra, no es un fin en sí mismo sino un medio para
intercambiar de manera indirecta. Surgió evolutivamente para resolver dos
problemas esenciales que presentaba el trueque: el de doble coincidencia y el
de indivisibilidad. El primero se refiere a que si usted quiere intercambiar su
quintal de trigo por pescado, el pescador debe justo querer el kilo de
pescados, de lo contrario no se lo recibirá. El segundo pasa por la división de
lo intercambiado. Tal vez usted quiere vender una carreta y necesita pescado,
pero no 50 kilos de pescado y como no puede vender una fracción de la carreta,
entonces no puede obtener nada.
El dinero es un commodity que todo el mundo
acepta como medio de pago y que permite resolver esos problemas. Pero al final
representa un reclamo por bienes y servicios producidos en la economía. De nada
sirve el dinero si no puede comprar algo con él, es decir, intercambiarlo por
algo real. Teniendo claro que quien recibe dinero solo recibe indirectamente
producción real a cambio de lo que este a su vez produjo, analicemos ahora un
caso actual de lucro: el de la educación.
Cuando el estudiante va a la universidad espera
que esta le provea un servicio que este valora, es decir, algo que lo
beneficia. ¿Lucra entonces el estudiante? ¡Obviamente! Si no existiera el
dinero, el estudiante o sus padres tendrían que ofrecerles a los profesores
algo que han producido a cambio del servicio de educación. En esta situación se
haría un trueque de manera directa en el que, sin duda, ambas partes lucran, es
decir, se benefician. Que hoy se haga mediante dinero en nada afecta este
hecho.
Ahora bien, ¿qué pasa si el estudiante quiere
que los profesores le den gratis su educación bajo el pretexto de que es un
"derecho"? En ese caso no queda más que obligar a los profesores a
trabajar por la fuerza para él sin que estos reciban algo a cambio. Aquí ya no
hay intercambio sino confiscación, no hay acuerdo voluntario sino imposición
violenta. Que sea el Estado -los políticos- el que provee el "derecho"
a educación en nada cambia el problema, pues este debe quitarle parte de su
producción a algunos por la fuerza para permitir que los estudiantes se
beneficien sin otorgar nada a cambio. Así las cosas, el reclamo por educación y
derechos gratuitos no es otra cosa que un reclamo por lucro unilateral. Es
querer obtener un beneficio provisto por un tercero sin dar nada a cambio a ese
tercero.
Ciertamente, la clase política, en una sociedad
con altos niveles de riqueza, que no es el caso de Chile donde solo debiéramos
ayudar a los que de verdad lo necesitan, puede por un tiempo darse el lujo de
regalar cosas a diversos grupos. Lo que no puede hacer es pretender que quienes
reciben ese regalo -así como los políticos que se financian con impuestos- no están
lucrando a expensas de los demás. Una cosa es creer que hay un derecho sobre
los frutos del trabajo ajeno y otra muy distinta es pretender que una vez
establecido ese derecho el que se beneficia de él no se beneficia. Más aún, es
precisamente porque unos se benefician a expensas de otros, es decir, lucran,
que tiene sentido crear derechos a gratuidad. Y esto significa que finalmente
-oh paradoja- nadie lucra más que aquellos que se oponen al lucro.