martes, octubre 21, 2014

Lucrando contra el lucro, por Axel Kaiser.








Para entender lo que hay detrás de una discusión tan cargada de emociones y tan plagada de confusiones como la que se refiere al lucro, partamos aclarando de una vez en qué consiste el lucro y cómo se produce. Imaginemos por un segundo que el dinero no existe en la economía, como era el caso hace milenios. Si no existiera dinero y usted quisiera hacerse de un bien o servicio provisto por otra persona, usted estaría obligado a ofrecerle directamente algo que produjo o posee. Eso es lo que se conoce como trueque y era la forma de intercambio universal en las economías no monetizadas. De este modo, si usted quería un kilo de pescados tenía que dar a cambio, por ejemplo, un quintal del trigo que había producido. En este intercambio no existe dinero, pero ¿existe lucro? Evidentemente.


El lucro es un concepto enteramente subjetivo referido a la ganancia que para la persona que realiza el intercambio supone el haber recibido algo a cambio de lo que entregó. La razón por la cual usted está dispuesto a pagar un quintal de trigo por un kilo de pescados es porque usted valora más el kilo de pescados que el quintal de trigo, de otra forma no haría el intercambio. De este modo ambas partes se benefician del intercambio, es decir, ambas partes lucran, pues ambas reciben algo que valoran más a cambio de algo que valoran menos.


Toda relación de intercambio voluntario es, por lo tanto, por definición una relación en la que las partes involucradas lucran. El dinero, factor que impide a la gente entender esto llevándola a pensar que solo el que lo recibe lucra, no es un fin en sí mismo sino un medio para intercambiar de manera indirecta. Surgió evolutivamente para resolver dos problemas esenciales que presentaba el trueque: el de doble coincidencia y el de indivisibilidad. El primero se refiere a que si usted quiere intercambiar su quintal de trigo por pescado, el pescador debe justo querer el kilo de pescados, de lo contrario no se lo recibirá. El segundo pasa por la división de lo intercambiado. Tal vez usted quiere vender una carreta y necesita pescado, pero no 50 kilos de pescado y como no puede vender una fracción de la carreta, entonces no puede obtener nada.


El dinero es un commodity que todo el mundo acepta como medio de pago y que permite resolver esos problemas. Pero al final representa un reclamo por bienes y servicios producidos en la economía. De nada sirve el dinero si no puede comprar algo con él, es decir, intercambiarlo por algo real. Teniendo claro que quien recibe dinero solo recibe indirectamente producción real a cambio de lo que este a su vez produjo, analicemos ahora un caso actual de lucro: el de la educación.


Cuando el estudiante va a la universidad espera que esta le provea un servicio que este valora, es decir, algo que lo beneficia. ¿Lucra entonces el estudiante? ¡Obviamente! Si no existiera el dinero, el estudiante o sus padres tendrían que ofrecerles a los profesores algo que han producido a cambio del servicio de educación. En esta situación se haría un trueque de manera directa en el que, sin duda, ambas partes lucran, es decir, se benefician. Que hoy se haga mediante dinero en nada afecta este hecho.


Ahora bien, ¿qué pasa si el estudiante quiere que los profesores le den gratis su educación bajo el pretexto de que es un "derecho"? En ese caso no queda más que obligar a los profesores a trabajar por la fuerza para él sin que estos reciban algo a cambio. Aquí ya no hay intercambio sino confiscación, no hay acuerdo voluntario sino imposición violenta. Que sea el Estado -los políticos- el que provee el "derecho" a educación en nada cambia el problema, pues este debe quitarle parte de su producción a algunos por la fuerza para permitir que los estudiantes se beneficien sin otorgar nada a cambio. Así las cosas, el reclamo por educación y derechos gratuitos no es otra cosa que un reclamo por lucro unilateral. Es querer obtener un beneficio provisto por un tercero sin dar nada a cambio a ese tercero.


Ciertamente, la clase política, en una sociedad con altos niveles de riqueza, que no es el caso de Chile donde solo debiéramos ayudar a los que de verdad lo necesitan, puede por un tiempo darse el lujo de regalar cosas a diversos grupos. Lo que no puede hacer es pretender que quienes reciben ese regalo -así como los políticos que se financian con impuestos- no están lucrando a expensas de los demás. Una cosa es creer que hay un derecho sobre los frutos del trabajo ajeno y otra muy distinta es pretender que una vez establecido ese derecho el que se beneficia de él no se beneficia. Más aún, es precisamente porque unos se benefician a expensas de otros, es decir, lucran, que tiene sentido crear derechos a gratuidad. Y esto significa que finalmente -oh paradoja- nadie lucra más que aquellos que se oponen al lucro.

EMPELOTANDO A LAGOS