jueves, mayo 08, 2014

El Retorno del Interventor, por Hermógenes Pérez de Arce.






El Retorno del Interventor,
por Hermógenes Pérez de Arce.


               La mayoría de las revoluciones de izquierda sigue un patrón similar. Pasan por encima de todo (“aplanadora”), destruyen lo que se les pone por delante (“retroexcavadora”) y, cuando han ejercido violencia más que suficiente y, a veces, derramado sangre, entonces aparece un General, llámese Bonaparte, Pinochet o Al Sissi, para poner mano firme, restablecer el orden y arreglar las cosas.
            

              Acá Allende comenzó la revolución, pero de una manera tan inepta (por algo ha quedado el suyo como el peor Gobierno de la historia de Chile, motivo por el cual los cerebros lavados actuales, naturalmente, lo designaron como “el más grande chileno de todos los tiempos”, aventajando a Arturo Prat) que la mayoría clamó por los Generales.


Bueno, fue Allende quien creó como figura revolucionaria al “interventor”. Sus seguidores se tomaban fábricas, comercios y fundos, los trastornaban por completo y entonces el Gobierno, “para evitar su paralización”, recurría a un “resquicio legal” y usaba un decreto-Ley sobreviviente de la pintoresca República Socialista de Grove, de 1932, para designar a un “interventor”, que incautaba sin pago la respectiva unidad de producción. En conjunto los interventores de la UP formaron lo que ella llamó “el Área Social de la Economía”, cuyo principal logro fue generar un déficit conjunto muy superior al del Presupuesto (que ya era el más grande de la historia de Chile), y un clima tal de desorden, corrupción, mercado negro y caos que la inmensa mayoría de los chilenos convocó a los militares, a la voz de “¡Esto se arregla sólo con fusiles!”, proclamada por el principal líder democrático del país, Eduardo Frei Montalva.


               Bueno, “cuarenta años después” hemos vuelto a las andadas. Yo les anticipé a los chilenos en 2011, cuando “la calle” se tomó al país bajo la conducción de una sucesora de la Ramona Parra comunista, pero ahora sofisticada, bonita, de ojos azules y aro en la nariz, que estaba empezando otra revolución de izquierda. Mientras, el Presidente de la época, que rara vez se da cuenta de nada, salvo de la oportunidad de hacer “una pasada rentable” en la Bolsa o la política, proclamaba que el movimiento de “la calle” era “grande, noble, hermoso”. Pero, como es la costumbre local, nadie hizo caso de mis advertencias.


               Después “la calle”, casi sin proponérselo, ganó las elecciones Presidenciales y Parlamentarias, tanto que el nuevo programa de Gobierno refleja exactamente lo que ella demandaba: otro modelo económico, “fin al lucro”, educación gratuita, igualdad para todos y una nueva Constitución. Y Michelle 2.0, que está mucho más a la izquierda que Michelle 1.0, pero sigue formando comisiones cuando enfrenta problemas que no sabe resolver, “le ha echado con todo para adelante”.


               Entonces, si bien el “Enemigo Público Número Uno”, sigue siendo Pinochet, que tiene ese título aun después de muerto y es denostado públicamente cada tantos minutos ya de manera automática, ha aparecido un “Enemigo Público Número Dos”, que es denominado de tres formas: “el uno por ciento de los chilenos”, “las 4.500 familias” y “los poderosos de siempre”. Ésos son los que hay que liquidar ahora.


               A raíz de ello incluso los Kerenskys chilenos se han asustado y, sabedores de su responsabilidad por estarles por enésima vez poniendo la alfombra (roja, por supuesto) a los comunistas para hacer lo que quieran, llegan, representados por Ignacio Walker, a las reuniones de la Nueva Mayoría portando artículos críticos de la Reforma Tributaria que va a socavar los cimientos del “modelo chileno”, responsable de habernos puesto a la cabeza de América Latina. A raíz de ello, el socialista extremo Osvaldo Andrade llevó a la reunión siguiente de los jefes oficialistas el artículo  “Los Poderosos de Siempre”, (El Mercurio”, domingo 5), de Carlos Peña, mentor intelectual de la revolución en marcha.


               Pero aquí ha sucedido algo divertido, que me hace recordar un cuento de los años ’20 sobre la Revolución Soviética. A un campesino ruso le preguntaban si estaba de acuerdo en que el Estado le quitara una mansión al que tenía dos, y contestaba afirmativamente; y una fábrica al que tenía dos, y de nuevo contestaba “sí”; pero cuando le preguntaron si estaba de acuerdo en que le quitaran una vaca al que tenía dos, contestó rotundamente “No”. “¿Por qué?”, le repreguntaron: “Pues, porque yo tengo dos vacas”.


               Bueno, Carlos Peña “le ha avivado la cueca” a la revolución contra “los poderosos de siempre”, hasta que, en el curso de ella, uno de sus actuales líderes, Nicolás Eyzaguirre, ex guerrillero de las Juventudes Comunistas (a raíz de revelar él esto a los empresarios chilenos hace años en Casapiedra los mismos le brindaron una “standing ovation”, con motivo de lo cual yo escribí en “El Mercurio” una columna pertinentemente titulada “¡Tú También, Bruto!”) ha discurrido que el Gobierno designe “interventores” cuando alguna universidad esté en problemas. Pero esto que Allende hacía con industrias, comercios y fundos, y habría hecho con universidades privadas si hubieran existido, no le ha gustado en absoluto a Carlos Peña, como manifiesta hoy mismo en “El Mercurio” (A-2). Obvio. Él es rector de una universidad privada y no quiere ser sustituido por un interventor.


               Bueno, es que así son las revoluciones. La guillotina inventada por Guillotin terminó cortándole la cabeza a Guillotin. El proceso revolucionario, en el caso de las universidades, ha sido el mismo que siguió Allende, pertrechado de los “resquicios legales”, para incautar empresas privadas. El campo de la educación superior daba grandes oportunidades a los inversionistas, porque hasta 1981 ese nivel de enseñanza ofrecía pocas oportunidades a la sociedad chilena, que, por consiguiente, lo valorizaba mucho y estaba dispuesta a remunerarlo bien. Entonces fueron fundadas decenas de universidades y acudieron al país grupos empresariales internacionales que tenían casas de estudios en decenas de países, como el caso de Laureate, que adquirió las más grandes, la Andrés Bello y la de las Américas. Por supuesto, los nuevos dueños eran extranjeros convencidos de que llegaban  a un país civilizado y estable, como el que entregó Pinochet, y que Bill Clinton calificaba como “la joya más preciada de la corona latinoamericana”. No contaban con que el movimiento “grande, noble y hermoso” descubriera un resquicio para escamotearles su inversión: ¡estaban “lucrando”! Pues resultaba que en algún cenáculo militar de mentalidad socialista se había resuelto en 1981 deslizar en la ley que dio libertad para fundar universidades la prohibición del “lucro”. Obviamente, los inversionistas habían creado métodos para sortear este artificio socialista y todo eso era unánimemente aceptado y tolerado desde 1981 hasta 2011. De ahí que durante los Gobiernos de la Concertación siguieran creándose universidades y llegando las inversiones extranjeras al sector, permitiendo que más de un millón de jóvenes chilenos que antes no tenían esperanzas de una carrera universitaria, la pudieran seguir.


               Todo iba bien hasta que se inició la revolución de “la calle” y el propio Presidente admirador de ese movimiento “grande, noble y hermoso” ¡cómo no! se hizo parte en la persecución del “lucro” en las universidades. Así, la otrora próspera industria de la enseñanza superior ha entrado en crisis. Se investiga penalmente a los inversionistas que procuraron rentabilizar su capital. Ya han perdido gran parte del mismo. Grupos de alumnos usurpan recintos de estudio. Hasta la escuela de medicina de la universidad de Carlos Peña ha sido usurpada, mientras los revolucionarios saltan rítmicamente cantando “¡el que no salta es Peña!”. ¡Qué injusticia más grande! Falta que le designen un interventor.


               ¿Comienza la revolución chilena de 2011 a devorar a sus propios hijos?


               En todo caso, el retorno del interventor hace que para todos los que vivimos el conato revolucionario de 1970 a 1973 la situación que estamos presenciando resulte bastante premonitoria y familiar.


EMPELOTANDO A LAGOS