Cambios al
sistema electoral,
por Jorge Ramírez.
La Nueva Mayoría abrió otro flanco de reformas.
Esta vez fue el turno del sistema electoral. Se plantea la alternativa de ir
hacia un sistema estrictamente proporcional, con la elección de hasta ocho
representantes por unidad electoral para el caso de la elección de Diputados y
de siete en el caso del Senado. Así, la nueva Cámara de Diputados quedaría
compuesta por 155 representantes y el Senado, por 50. En el oficialismo han intentado instalar el falso dilema que “quien se
opone a la fórmula propuesta, se opone a cambiar el binominal”. Pero la
verdad es que temas tan sensibles y complejos como una reforma que determinará
el modo a partir del cual nuestras preferencias políticas serán canalizadas,
merece ser abordado con mayor seriedad.
Las objeciones a la propuesta surgen a partir
de un enfoque sistémico de las instituciones políticas. No hay nada en contra
de los sistemas estrictamente proporcionales, pero éstos se adaptan mejor a
sistemas Parlamentarios que Presidenciales (basta mirar la experiencia comparada).
Los sistemas Presidenciales tienden a generar sinergia positiva con sistemas
mayoritarios o mixtos. Es más, experiencias de Presidencialismo y sistemas
proporcionales han sido catalogadas por algunos autores, como S. Mainwaring,
como casos de “difícil combinación”, o siendo más categóricos, de “tóxica
combinación”, a juicio de B. Ackerman.
Se podrían buscar alternativas de propuestas de proporcionalidad más
moderadas, cuestión importante si se considera que existe evidencia como la
ofrecida por J. Carey y S. Hix, que constata que la reducción significativa de
desproporcionalidad se da principalmente hasta el aumento del quinto escaño. Lo
anterior se ratifica a la hora de simular la propuesta en cuestión con los
datos de elecciones anteriores. Aunque esto sólo da cuenta de la dimensión
mecánica producida por el sistema y no se hace cargo del efecto comportamiento
que impone la regla electoral, se observa que la representatividad alcanzada
por el sistema no es esencialmente distinta de la existente. A lo anterior se
suma que los distritos excesivamente grandes encarecerán las campañas,
dificultarán el vínculo territorial -ya deteriorado- y podrían afectar la
rendición de cuentas. Los defensores de la iniciativa señalan que ya es posible
observar muchos de los potenciales efectos negativos del sistema propuesto,
como la emergente fragmentación o el debilitamiento partidario, por lo tanto,
no serían razón de peso. Sin embargo, porque precisamente se espera que la
propuesta electoral no sea un catalizador de efectos negativos, sino más bien
un dispositivo institucional orientado a la consecución de un mejor sistema
político, es que se plantean estas objeciones. Finalmente, la propuesta no
ofrece criterios claros en materia de asignación de escaños. Hay zonas como el
caso del nuevo distrito de Copiapó, que con menos electores, se le asignan más Diputados
que los distritos de San Fernando, San Javier y Osorno, siendo todos de
regiones.
Por supuesto que es posible cambiar el ya
desgastado binominal por uno mejor; sin embargo, para esto sería prudente que
el Ejecutivo entienda que este debate se debe realizar de cara a la ciudadanía
y considerando también la visión de los expertos.
Nota de la
Redacción:
A nosotros nos parece que el proyecto
oficialista es un ejemplo de “ingeniería política”, que ciertamente quita
representatividad a las Regiones y fomenta el centralismo, que busca maximizar sus resultados como una
manera de “apernarse” en el poder manejando desde La Moneda todos los poderes
del Estado. En castellano simple eso se llama dictadura.