El voto ya no define
ciudadanía,
por Margarita María Errázuriz.
Las personas son escépticas frente a la eficacia del voto, opinan que la
ciudadanía no se agota con el voto, no es una condición necesaria para su
ejercicio y tampoco, suficiente.
La ciudadanía y sus derivados se han puesto de moda entre políticos y
líderes de opinión. Están preocupados de su desempeño, en particular desde las
últimas elecciones, donde, como se ha dicho, el gran ganador fue la abstención.
Entiendo las reflexiones que rondan en el mundo político sobre este tema: sus
actores se sienten descolocados por la desafección de una parte importante de la
población; por la falta de participación en las elecciones Presidenciales, peor
que la esperada, y porque tienen dudas sobre su decisión de establecer el voto
voluntario, que muchos piensan fue un gran error.
A mi juicio, pensar en cómo potenciar el comportamiento ciudadano y si
es conveniente retrotraer la decisión tomada sobre el voto, exige considerar el
proceso histórico y sociopolítico que vive nuestra sociedad. Si no se hace
—estimando que hay que volver al voto obligatorio porque hay que hacer cumplir
los deberes ciudadanos aplicando el peso de la ley— me parece un grave error.
La abstención persistirá y adquirirá mayor dramatismo: los ciudadanos no
votarán, a pesar de transgredir una norma. El problema amerita analizar las
causas del comportamiento de los ciudadanos que se quiere evitar, y un primer
paso es escucharlos.
Una encuesta sobre ciudadanía realizada por la UNAB en 2012 da luces
sobre lo que piensan las personas sobre el voto y la ciudadanía. Sus resultados
ofrecen un piso desde el cual iniciar una reflexión. De acuerdo con la
encuesta, ya en 2012 el voto había perdido su centralidad como un deber. Sus
resultados sugieren que las personas son escépticas frente a la eficacia del
voto —el 75% decía que daba igual por quién se votara, porque “para la gente
como uno, las cosas importantes siguen siempre iguales”—. Si las personas han
llegado a la conclusión de que el voto no les cambia la vida, es esperable que
se afecte la relación entre lo que entienden por ciudadanía y el lugar que el
voto ocupa en ella. De hecho, prácticamente la mitad de la población encuestada
opina que la ciudadanía no se agota con el voto y no está de acuerdo con la
frase “Sólo si voto soy un verdadero ciudadano”; el voto tampoco es considerado
una condición necesaria (el 56% opinaba que no es necesario votar para ser un
verdadero ciudadano), ni tampoco suficiente: el 41% estimaba que una persona
que sólo vota y no se involucra en otras acciones comunitarias, no es un buen
ciudadano (Encuesta nacional a población urbana, aplicada cara a cara a 1.300
personas).
La importancia que las personas asignan a realizar acciones comunitarias
y cómo éstas forman parte del ejercicio ciudadano es uno de los puntos más
interesantes de la información recogida. De acuerdo con esta conclusión, las
prioridades que supone el ejercicio ciudadano se estarían desplazando del
compromiso político hacia el compromiso social. Esta mirada sobre el
significado de ser ciudadano es compartida por todo el espectro social: no hay
diferencias de opinión según edad, categoría socioeconómica ni género, y es
difícil que eso cambie si no se logra mostrar la eficacia del voto. Sobre este
punto, los ciudadanos han dado una señal clara: creen más en la acción directa.
Para abrirle un espacio, un primer camino puede ser su vinculación con las
decisiones locales a través del voto.
Cabe destacar que quienes así opinan sobre el voto no son personas
ajenas a la vida cívica. De acuerdo con la información recogida en 2012, los
encuestados quieren ser parte activa de su comunidad política (al 72% le
gustaría poder opinar sobre los grandes temas de conducción del país).
Entonces, hay que entender los aires de cambio en la ciudadanía y sumarse a
ellos y, desde ese lugar, reforzar la democracia y la intención de voto junto al
comportamiento ciudadano.
Nota de la Redacción:
Nosotros consideramos que ha sido fatal para la democracia haber
transformado el derecho-deber de sufragar en voluntario, pero, ya cometida la
equivocación pensamos que se debe incentivar, inclusive con premios valorables,
el ejercicio de este “derecho” y exigirse a los políticos seriedad en sus
planteamientos, además, de establecer duras sanciones a quienes prometan un programa
y no cumplan con quienes les votaron.
Por lo anterior creemos pertinente subir los requisitos para ser
elegidos para cargos de representación popular, para mejorar la calidad del
servicio público, y consideramos indispensable que los “ofertones” electorales
sean exigibles, pues a cambio de las promesas entregamos a los “representantes”
nuestra porción de la soberanía popular, estableciendo, incluso de cárcel, a
los que no cumplan e instaurando procesos revocatorios de los mandatos.
Una medida complementaria, y que pensamos debe ser
implementada de inmediato, es la reposición de las clases, en la enseñanza básica,
media y superior, de educación cívica y sostenidas campañas publicitarias
conminando a la ciudadanía a ejercer su derecho a elegir, con lo que dejan irresponsablemente
las determinaciones de quienes nos Gobernarán y representarán en manos de otros
que a lo mejor saben o piensan menos que nosotros.