viernes, enero 10, 2014

El voto ya no define ciudadanía, por Margarita María Errázuriz.






El voto ya no define ciudadanía,
por Margarita María Errázuriz.



Las personas son escépticas frente a la eficacia del voto, opinan que la ciudadanía no se agota con el voto, no es una condición necesaria para su ejercicio y tampoco, suficiente.


La ciudadanía y sus derivados se han puesto de moda entre políticos y líderes de opinión. Están preocupados de su desempeño, en particular desde las últimas elecciones, donde, como se ha dicho, el gran ganador fue la abstención. Entiendo las reflexiones que rondan en el mundo político sobre este tema: sus actores se sienten descolocados por la desafección de una parte importante de la población; por la falta de participación en las elecciones Presidenciales, peor que la esperada, y porque tienen dudas sobre su decisión de establecer el voto voluntario, que muchos piensan fue un gran error.


A mi juicio, pensar en cómo potenciar el comportamiento ciudadano y si es conveniente retrotraer la decisión tomada sobre el voto, exige considerar el proceso histórico y sociopolítico que vive nuestra sociedad. Si no se hace —estimando que hay que volver al voto obligatorio porque hay que hacer cumplir los deberes ciudadanos aplicando el peso de la ley— me parece un grave error. La abstención persistirá y adquirirá mayor dramatismo: los ciudadanos no votarán, a pesar de transgredir una norma. El problema amerita analizar las causas del comportamiento de los ciudadanos que se quiere evitar, y un primer paso es escucharlos.


Una encuesta sobre ciudadanía realizada por la UNAB en 2012 da luces sobre lo que piensan las personas sobre el voto y la ciudadanía. Sus resultados ofrecen un piso desde el cual iniciar una reflexión. De acuerdo con la encuesta, ya en 2012 el voto había perdido su centralidad como un deber. Sus resultados sugieren que las personas son escépticas frente a la eficacia del voto —el 75% decía que daba igual por quién se votara, porque “para la gente como uno, las cosas importantes siguen siempre iguales”—. Si las personas han llegado a la conclusión de que el voto no les cambia la vida, es esperable que se afecte la relación entre lo que entienden por ciudadanía y el lugar que el voto ocupa en ella. De hecho, prácticamente la mitad de la población encuestada opina que la ciudadanía no se agota con el voto y no está de acuerdo con la frase “Sólo si voto soy un verdadero ciudadano”; el voto tampoco es considerado una condición necesaria (el 56% opinaba que no es necesario votar para ser un verdadero ciudadano), ni tampoco suficiente: el 41% estimaba que una persona que sólo vota y no se involucra en otras acciones comunitarias, no es un buen ciudadano (Encuesta nacional a población urbana, aplicada cara a cara a 1.300 personas).


La importancia que las personas asignan a realizar acciones comunitarias y cómo éstas forman parte del ejercicio ciudadano es uno de los puntos más interesantes de la información recogida. De acuerdo con esta conclusión, las prioridades que supone el ejercicio ciudadano se estarían desplazando del compromiso político hacia el compromiso social. Esta mirada sobre el significado de ser ciudadano es compartida por todo el espectro social: no hay diferencias de opinión según edad, categoría socioeconómica ni género, y es difícil que eso cambie si no se logra mostrar la eficacia del voto. Sobre este punto, los ciudadanos han dado una señal clara: creen más en la acción directa. Para abrirle un espacio, un primer camino puede ser su vinculación con las decisiones locales a través del voto.


Cabe destacar que quienes así opinan sobre el voto no son personas ajenas a la vida cívica. De acuerdo con la información recogida en 2012, los encuestados quieren ser parte activa de su comunidad política (al 72% le gustaría poder opinar sobre los grandes temas de conducción del país). Entonces, hay que entender los aires de cambio en la ciudadanía y sumarse a ellos y, desde ese lugar, reforzar la democracia y la intención de voto junto al comportamiento ciudadano.


Nota de la Redacción:


Nosotros consideramos que ha sido fatal para la democracia haber transformado el derecho-deber de sufragar en voluntario, pero, ya cometida la equivocación pensamos que se debe incentivar, inclusive con premios valorables, el ejercicio de este “derecho” y exigirse a los políticos seriedad en sus planteamientos, además, de establecer duras sanciones a quienes prometan un programa y no cumplan con quienes les votaron.


Por lo anterior creemos pertinente subir los requisitos para ser elegidos para cargos de representación popular, para mejorar la calidad del servicio público, y consideramos indispensable que los “ofertones” electorales sean exigibles, pues a cambio de las promesas entregamos a los “representantes” nuestra porción de la soberanía popular, estableciendo, incluso de cárcel, a los que no cumplan e instaurando procesos revocatorios de los mandatos.


Una medida complementaria, y que pensamos debe ser implementada de inmediato, es la reposición de las clases, en la enseñanza básica, media y superior, de educación cívica y sostenidas campañas publicitarias conminando a la ciudadanía a ejercer su derecho a elegir, con lo que dejan irresponsablemente las determinaciones de quienes nos Gobernarán y representarán en manos de otros que a lo mejor saben o piensan menos que nosotros.

EMPELOTANDO A LAGOS