miércoles, octubre 20, 2010

Que 60 años no son nada, por Joaquín Fermandois.

Que 60 años no son nada,

por Joaquín Fermandois.



La Casa Rosada, escudándose en una comisión ad hoc, le dio un portazo a La Moneda. Al negar la extradición de un jefe del FMR que hace un par de décadas dirigía una organización de guerrilla urbana que tuvo alto poder y apoyo internacional, y sobre quien recaen sospechas de actos criminales en democracia, se burló de los sacrificios que debió efectuar la nueva administración de Sebastián Piñera para mantener relaciones cordiales con Argentina. Chile apoyó a Kirchner como secretario general de Unasur -en privado fue píldora amarga- para dar una señal de buena voluntad (no quedaba otra).



Chile debería haberse acostumbrado a relaciones veleidosas con este vecino en lo que toca a su Estado y gobierno, que han sido su característica esencial desde la segunda mitad del siglo XX hasta el presente. Mal que mal, ha sido el vecino con el que mejor hemos convivido, y Argentina es una fuente bienhechora para la economía chilena, para nuestros emigrantes y como ventana a un nivel de civilización colectiva que aunque no siempre se valora, no nos hemos sustraído del todo a su influjo benéfico. Tampoco faltan ejemplos de acuerdos políticos que tienen alguna persistencia en el tiempo. Casos como el de Apablaza nada tienen que ver con un designio racional de Buenos Aires, algo así como un plan "antichileno" o cosas por el estilo.



Más que nada, tiene que ver con la eterna crisis política de Argentina, salvo un remanso en torno a 1900. Dice mucho que 60 años después de la dupla populista de Perón y Evita, el país continúe siendo jineteado y azuzado esta vez por una pareja de poca estatura, como recordaba Vargas Llosa. Perón exudaba cierta grandeza y no poca inteligencia. Y maduró. En su segundo momento, en 1973, acariciaba una suerte de proyecto de convergencia. Cayó víctima del ambiente matonesco de corrupción y violencia que él mismo había ayudado a fomentar, a lo que se le agregó el desgobierno de los militares y la guerrilla. Sobre todo, a Perón lo alcanzó ese monstruo que a todos atrapa, la edad. La actual pareja, desprovista del halo fundador, recurre a la antigua triquiñuela de enardecer los espíritus para mantener protagonismo. El peronismo después de Perón no ha logrado escapar de ese manto maldito.



De los políticos radicales contemporáneos a Perón surgieron líderes interesantes: dos presidentes, Arturo Frondizi, que también transitó desde la verba populista a un intento desesperado por mantener el sentido común, y Arturo Illia, de quien nadie pudo decir nada en contra en lo personal, pero que se quedó aislado, trágicamente solo. Quizás el mejor de todos, Ricardo Balbín, perdió tres elecciones presidenciales, dos de ellas frente a Perón. Demasiado razonable y demasiado caballero, se decía en Argentina.



Mala señal para ese país y para América Latina. ¿Por qué -se podría argüir-, si Brasil será el que nos representará, en cuanto "potencia mundial"? No, no es lo mismo. Su posible ingreso al club de los grandes va a influir quizás en el juego de la gran política internacional, pero no significará mucho en la calidad de nuestra América. En cambio, en Argentina hemos tenido la mejor sociedad y civilización de este mundo del sur, por su poderosa y culta clase media, por el alto nivel de educación tanto en índices comparables como en la vitalidad de una población amable. Para el observador, la cultura y la democracia social argentinas del siglo XX destacaban a primera vista en relación con el resto de América Latina. El que desde 1930 no haya alcanzado nada parecido en su vida política, que la hubiese convertido en auténtico modelo continental, es un motivo de tristeza y pesimismo.



La cultura y la democracia social argentinas del siglo XX destacaban a primera vista en relación con el resto de América Latina. Desde 1930 no ha alcanzado nada parecido en su vida política.

EMPELOTANDO A LAGOS