¿Qué hiciste, Büchi?,
por Gonzalo Rojas Sánchez.
¿Qué hizo Hernán Büchi como para merecer las duras respuestas y descalificaciones de dos senadores y un diputado oficialistas? Nada que justifique esas reacciones, pero sí tres cosas que explican los pobres —paupérrimos, más bien— comentarios de los parlamentarios: Büchi usó la inteligencia, se permitió dar un consejo y graficó su posición con imaginación verbal.
Éstas son tres cosas que algunos derechistas no logran incorporar a sus prácticas. O porque simplemente nunca las cultivaron, o porque al llegar al Congreso —y ahora al Gobierno— decidieron dejarlas en suspenso, como si se pudiera hacer el bien sin ellas.
El cultivo de la inteligencia —es decir, de los matices, de la distinción, del caso a caso a partir de los principios— parece esfumarse en cuanto uno de aquellos próceres tiene que cuidar cuotas de poder o, al menos, meras expectativas futuras. Porque —dice la senadora Pérez— se trata de definirse a favor o en contra del Gobierno, sin matices; porque —afirma el senador Espina— hay que practicar la disciplina y la unidad, sin posibilidad de un pensamiento divergente. Listo: de ese modo se acabó la inteligencia en toda su capacidad de enriquecer la actividad gubernamental o legislativa por la vía del matiz.
Además, Büchi se permitió usar su razonamiento de modo crítico, es decir, dio un consejo contrario a la política oficial. Ésa es una muy mala práctica, según opinan algunos de los que habitan el Olimpo parlamentario, convencidos ellos de que la suma de votos los consolida en la verdad.
Esa actitud, que desconfía por principio del que desde fuera pondera y opina —del intelectual—, es la que ha distanciado a muchos derechistas pragmáticos de la reflexión reposada y madura que desarrollan pensadores afines, pero a los que se desprecia desde la misma derecha. Y así proliferan los parlamentarios especialistas en parches, los que consiguen hundirse más y más en las toscas soluciones del minuto, mientras que todo el que piensa tiende, entonces —por contraste y casi por definición—, a buscar en las izquierdas un espacio para aconsejar. Ahí quizás lo acojan.
Pero la mayor falta de Büchi ha sido, sin duda, el haber usado una certera comparación: ¿Votamos por Piñera, pero elegimos a Enríquez-Ominami? se ha preguntado, más o menos, el ex ministro.
Ah, no; eso sí que no. El jueguito de imágenes sí que está proscrito entre la mayoría de los derechistas, tan fomes como un encefalograma plano. Si se exceptúa a Carlos Larraín y a Cristián Labbé (dos ejemplos de chispa y fuerza), la mayoría no pone su creatividad más allá de una que otra cuña ramplona que sirva de titular efectista. Ni picardía, ni imágenes, ni chisporroteo alguno.
Por eso, cuando alguien utiliza una comparación certera y chispeante, como lo hizo Büchi, la reacción es de estupor: comprueban los sosos que alguno de los suyos sabe moverse con soltura verbal, lo que los descoloca y molesta. Lineales, no sabrán responder con argumentos ni con imágenes, y con esa pobreza argumental sólo descalificarán —y así desprestigiarán— su propia posición.
Triste debe haber sido leer las opiniones de esos parlamentarios, para tantos que en el Gobierno provienen de Libertad y Desarrollo o de la Fundación Jaime Guzmán, instancias en las que fueron formados para pensar con rigor y con chispa, y para manifestarse públicamente. Triste es también el mensaje que se ha difundido hacia los intelectuales que están dispuestos a colaborar con consejos inteligentes y vibrantes.
Pero como obviamente eso les importa poco, seguirán diciendo lo que deben decir, con gracia y con fuerza. Aunque deban oponerse a la sociedad toda o al poder del tirano, afirmaba Millán-Puelles.