“Avatar”, Correa y el infantilismo ecológico,
por Carlos Martínez (*).
El Presidente Evo Morales declaraba que en la película “Avatar” (una maniquea visión del desarrollo y la explotación de los recursos naturales y la oposición de los pueblos indígenas, presentados como «pueblo elegido») él había encontrado un paralelismo con su lucha “por la protección de la Madre Tierra y contra el capitalismo”. Por los mismos días, su amigo, el Presidente de Ecuador, Rafael Correa, rechazaba firmar un fideicomiso que permitiría evitar la explotación de petróleo en zonas indígenas y de alta biodiversidad, por las imposiciones de las grandes fundaciones y ONG que a juicio de él atentaban contra la soberanía del país y pondrían sus recursos en manos de “burocracias extranjeras”.
El proyecto conocido como Yasuní-ITT es una iniciativa y convenio del gobierno ecuatoriano que consiste en mantener el crudo bajo tierra indefinidamente, siempre que, en un esfuerzo conjunto con la comunidad internacional, se compense al país. Así, el acuerdo planteaba crear un fideicomiso que recuperaría la mitad de lo que esta nación dejaría de percibir al no explotar el petróleo.
Pero según señaló el Presidente, explicando su rechazo —el cual motivó una crisis de gabinete y política—, los que manejaban el proyecto no sólo se limitaban a lo dicho, sino que “querían imponernos 100 mil kilómetros de bosque protector en el país”, alrededor, según él, del 40% del territorio nacional: 10 millones de hectáreas. Correa calificó a los movimientos ecologistas como grupos “que nunca han ganado una elección” y que quieren “impedir que este país aproveche sus recursos naturales no renovables”, en circunstancias que el pueblo “bastante los necesita para su desarrollo”. Por eso acusó a dichos grupos de tomar una opción de “ecologismo infantil”, mientras que él optaba por ser “un conservacionista inteligente”.
El caso ciertamente dejará lecciones. Posiblemente al final del camino exista una opción que permita proteger la rica biodiversidad del Ecuador y se llegue a consensos para que millones de pobres de ese país se beneficien con la riqueza que está en su suelo. Queda a Correa demostrar que sustentabilidad y desarrollo no son opuestos. Está claro que la racionalidad y la realidad son más fuertes que las actitudes nostálgicas de defensa de la naturaleza. Estas son atractivas en visiones autoflagelantes de grupos que han satisfecho sus necesidades básicas, como la que se trasluce en “Avatar”, pero no son efectivas cuando se trata de sacar a los pueblos del subdesarrollo. Chile no está exento de este fenómeno. El infantilismo ecológico está presente acá también.
(*) Carlos Martinez es consultor ambientalista de la ONG Oikos