Burocracia, por Rodrigo Lema Gonzalez.
No cabe duda de que siempre hace falta mantener cierto orden en las actividades diarias. Para ello, la humanidad ha optado por diversos métodos, con resultados igualmente diversos. Pero existe una forma de control extendida globalmente, que caracteriza y coordina el funcionamiento de los aparatos institucionales: la burocracia.
El sociólogo alemán Max Weber definió el término como una organización o estructura organizativa caracterizada por procedimientos explícitos y regularizados, división de responsabilidades y especialización del trabajo, jerarquía y relaciones impersonales. Para ello, se toman en cuenta las calificaciones y capacidades de los funcionarios, para asignarlos en las labores para las que están mejor dotados. Suena bien, ¿no es verdad?
Sin embargo, la definición se ha quedado pegada en el papel, y en la realidad, no puede estar más alejada de sí misma. En los últimos años, al menos en Chile (no estoy tan seguro si en otros países latinoamericanos es al mismo nivel), la burocracia ha perdido su finalidad original, para convertirse en una gigantesca máquina de empleo utilizada por los operadores políticos de la Concertación para dar trabajos, pagados con los impuestos de todos los ciudadanos, a gente sin oficio ni beneficio, llegando, en muchos casos, al nepotismo. Basta recordar la infinidad de casos que la prensa ha revelado, y creo que no hace falta realizar una lista.
Quiero dejar algo muy claro. No busco que caigamos en una adhocracia (ausencia de jerarquía), pero un exceso de burocracia, como el que tenemos actualmente, es nocivo para los intereses de la Nación, más aún si no cumple la finalidad para la que fue establecida. Vamos, que no quiero pasarme un día entero llenando forma tras forma y esperando entre treinta y cincuenta veces más tiempo que en otros países para obtener un simple permiso. Y creo, sin temor a equivocarme, que ustedes tampoco.