El Precio de
la Imbecilidad,
por Hermógenes Pérez de
Arce.
Los chilenos nunca hemos sido muy avisados. Eso lo sabe todo el mundo y
la pequeña minoría avisada de acá también, pero la mayoría no se da cuenta,
pues el rasgo fundamental de los no avisados consiste en no saber que lo son.
Lo malo es que últimamente ellos están tendiendo a manejarlo todo y por eso ya
nos estamos pasando de la raya.
El país cuenta con una energía cara, escasa y mayormente contaminante.
Había un proyecto, Hidroaysén, para producir en gran cantidad energía barata,
abundante y limpia, interviniendo ríos de un lugar escasamente poblado. Pues
bien, como “la imbecilidad es más fuerte”: ese proyecto se acaba de rechazar
definitivamente. Hay todavía una instancia de apelación ante el tercer Tribunal
Ambiental de Valdivia. Si es como los demás Tribunales, estamos sonados, pues
acá la Justicia es tan “avisada” que últimamente condenó a presidio a un muerto
y consagró como “verdad Judicial” que él mantenía secuestrado desde hace
cuarenta años a un sujeto al cual se habría llevado (éste todavía vivo, según
el fallo) a la tumba. Como las risas generales que ello suscitó fueron tan
estridentes, la Corte tuvo que rectificar y, con enorme resignación, sobreseyó
al difunto, pero sin aclarar qué sucedió con el –según la “verdad Judicial”--
todavía secuestrado.
A todo esto, se ha desatado una tremenda persecución ”contra el lucro”
en la educación, conducta también por completo imbécil, como lo acredita la
última prueba SIMCE, en que los mejores resultados los consiguen colegios
particulares pagados, muchos de los cuales tienen fines de lucro. Pero nadie
parece darse cuenta de eso, que por mero sentido común aconsejaría generalizar
la enseñanza particular pagada y promover el lucro. (Pues para ello hay
recursos: el Estado, con los que dilapida el monstruoso Ministerio de
Educación, podría darles a todas las familias pobres lo necesario para llevar
al colegio particular de su elección a sus hijos). De paso, se cumpliría con el
mandato Constitucional de garantizar la libertad de enseñanza, que en medio de
la imbecilidad ambiente está siendo cada vez más conculcada.
De paso, a raíz de la persecución contra el lucro en la educación se ha
llevado a la ruina a los principales emprendimientos universitarios privados (a
los cuales habían acudido capitales extranjeros
y nacionales, tras la consagración de la libertad para fundar
universidades dispuesta por el Gobierno Militar). Esto había redundado en
plazas universitarias para cerca de un millón jóvenes que antes no tenían
cabida en ese nivel de enseñanza.
Pero para reemplazar a los que “lucran” educando se necesita de miles de
millones de dólares, de modo que es preciso subir los impuestos. ¡Hay que
alzarlos para poder financiar la educación peor, la pública, y confiscar la
mejor, la privada! ¿Consecuencia? Hoy en “El Mercurio” la firma norteamericana
JPMorgan dice que el valor de las empresas chilenas caerá 13% como consecuencia
de la Reforma Tributaria. ¿No es el desiderátum de la imbecilidad, hacernos más
pobres para poder “comprar” una educación peor?
Pero la imbecilidad siempre ha aconsejado, en lugar de permitir que la
gente libremente maneje su dinero, sustraérselo y dilapidarlo. El Estado, que
confiscó el cobre, ha malbaratado en los últimos años siete mil millones de
dólares en contratos de venta de cobre a China en menos de la mitad de su
precio. Los burócratas que manejan el cobre siempre se han preocupado, como
todos los seres humanos, de su propio peculio y no del de los demás. El cobre Estatal
está “capturado” por funcionarios Estatales y sindicatos manejados por la
extrema izquierda, al extremo de que ya las “pegas” en CODELCO han devenido
hereditarias. El alto precio del cobre en los últimos años favoreció a los
chinos, por supuesto, pero también a la amplia familia burocrática y sindical,
que ha llevado los costos a un nivel insostenible. Como todavía subsiste otra
minería privada, todos saben cuál es el costo de tal despilfarro, y un gerente
de la Estatal ha reconocido que si ella se privatizara el personal se reduciría
en dos tercios. Así se bota la plata.
Pero a la imbecilidad general no le faltan pretextos para perder más. La
ganancia o el lucro la horrorizan, mientras las pérdidas la atraen. Hace
algunos años un prohombre de la izquierda emitió un público edicto condenatorio
contra “la tribu de los que ganan plata”, para poner a sus integrantes en la
picota pública. Yo le contesté con una columna titulada “la tribu de los que
pierden plata”, detallando la enorme capacidad de sus miembros para cumplir con
ese menester, a costa del erario, naturalmente.
Últimamente han quebrado en ello su propia marca, al superar los diez
mil millones de dólares de pérdidas acumuladas por el Transantiago, engendro
socialista fracasado que reemplazó a un sistema de transporte colectivo de
mercado que generaba excedentes anuales y era servido por trece mil pequeños
empresarios exitosos. Si hubieran gozado de libertad tarifaria nos habrían dado
un servicio de lujo, pero las tarifas vivían congeladas. Aún así, con una
fracción de lo perdido por el Transantiago socialista el Estado podría haber
subsidiado a los privados para que, sin subir tarifas, pudieran tener buses
cómodos y silenciosos y transitar por corredores exclusivos. Pero se prefirió
la alternativa socialista perfecta: servicio malo (que lleva a los desesperados
usuarios a “tomarse” las calles en protesta) y pérdidas siderales, que
prosiguen a razón de 700 millones de dólares anuales.
Y, en fin, la culminación que nos hará
acreedores a figurar en el “Hall of Fame” de la imbecilidad: ante el terrorismo
de la Araucanía, que amenaza la vida de los emprendedores y la economía de la
región, el Gobierno renuncia a aplicar la Ley Antiterrorista y designa un
Intendente que, no más ser nombrado, anunció que la solución al conflicto
consistía en que las empresas madereras, generadoras de la mayor parte de la
riqueza de la zona, debían hacer abandono de ella. Si no fuéramos completamente
imbéciles protegeríamos a los que producen y perseguiríamos a los que incendian
las unidades productivas, pero somos como somos, y entonces hacemos todo lo
contrario.
¿Pondremos atajo a tanta imbecilidad en cuatro años más, o volveremos a
reafirmarla y reelegir, por enésima vez, al marxismo-leninismo?