Bailando al ritmo de Maduro,
por
Beatriz Corbo.
Cumplido ya un año
desde la asunción de Nicolás Maduro como Presidente y sucesor de Hugo Chávez,
el grave conflicto interno en Venezuela ha llevado a UNASUR a nombrar una
comisión que acompañe un diálogo político entre el Gobierno y la oposición.
El diálogo ha
comenzado vacilante. El Gobierno no ha variado sustancialmente su actitud hacia
los opositores y, por ahora, sólo ha hecho declaraciones críticas con relación
al rol jugado en la represión de las manifestaciones por los efectivos
policiales, pero sin modificar su acostumbrada altisonancia en la condena a los
dirigentes de la oposición. Es decir, parece continuar la estrategia Gubernamental,
un tanto paranoica y que se remonta a los tiempos de Chávez, de acusar
majaderamente a la oposición de “golpista”, de intentar la “desestabilización”
del régimen y de conspirar para cometer un “magnicidio”.
Habrá que conceder
al diálogo recién iniciado el beneficio de la buena fe, para apreciar si es
conducente a algún resultado práctico. La
única esperanza concreta se funda en la fuerza de las eventuales gestiones que,
como mediadores, puedan realizar los Cancilleres de la Santa Sede, Brasil,
Colombia y Ecuador, pues hay indicios de que para el Gobierno de Maduro este
ejercicio constituye más bien un acto dilatorio y de distracción de sus
arbitrariedades. Al efecto, puede considerarse el hecho de que el aparato
comunicacional del Gobierno venezolano es el que ha manejado los ritmos y
también las expectativas respecto del diálogo. En el último mes, las cadenas
oficiales han promediado 90 minutos diarios, prácticamente el doble de lo
acostumbrado. Además, el hecho de haber involucrado a la Iglesia Católica,
precisamente en momentos en que los Obispos venezolanos habían adoptado una
posición vehemente para denunciar el comportamiento represivo del Gobierno y la
restricción de las libertades públicas, demuestra un manejo estratégico exitoso
del líder bolivariano frente a la crisis.
A pesar de que el
discurso y comportamiento del Gobierno de Maduro no ha variado, la opinión
pública nacional e internacional parece esperanzada en que los mediadores
logren avanzar algo en acercar las posiciones, pero esta ilusión parece fundada
más en el voluntarismo de querer evitar un agravamiento de la violencia interna
que en un real cambio de la conducta política del Gobierno, que aún no muestra
real disposición a considerar los planteamientos de la oposición.
Dichos
planteamientos son exigencias mínimas en cualquier sociedad democrática que
aspira a un Estado de Derecho que asegure libertades básicas y paz social.