Bachelet
¡cero expectativas!,
por Teresa Marinovic.
Hace un par de semanas, un concertacionista
amigo me confesaba su preocupación por la frustración de las expectativas que
un eventual Gobierno de Bachelet podría desatar; digo eventual porque de aquí
al domingo “La Enviada” podría sufrir algún accidente doméstico…
Un editorial de El Mercurio escrito hace pocos
días ponía de manifiesto la misma aprensión; y el domingo recién pasado, Carlos
Peña advertía sobre ese riesgo en su columna dominical: “Cuando se mide el
desempeño de alguien por las expectativas que desató en vez de medirlo por las
promesas que formuló o los compromisos que adquirió –decía– el resultado es
fácilmente previsible: la desilusión lo inunda todo”.
El hecho es que tanto sus partidarios como sus
detractores coinciden en que la mayor dificultad con que se encontrará Bachelet
en marzo próximo tendrá su origen en las expectativas desmesuradas que los
chilenos han puesto en ella.
Hago, no obstante lo anterior, un llamado a la
calma por la sencilla razón de que Bachelet no es Piñera y porque el electorado
no la elegirá con el mismo criterio con que lo eligió a él cuatro años atrás.
Bachelet, en realidad, no ha ofrecido nada,
mucho menos garantizado. Y si es electa, lo será por las asociaciones que el
subconsciente del votante subnormal hace con su persona. Asociaciones que, por
cierto, no tienen nada que ver con la figura de una ejecutiva capaz de liderar
un proceso revolucionario.
Si los
chilenos quisieran cambios, y cambios radicales, Bachelet marcaría cero en las
encuestas, lo mismo que marcan los candidatos fantasmas. Si los chilenos
esperaran un giro en sus vidas después de la próxima elección, ella habría sido
castigada por sus silencios y su ambigüedad. Si, en definitiva, alguien tuviera
expectativas de esa naturaleza puestas en ella, Bachelet no sería inmune a sus
propios errores como en la práctica lo es.
Bachelet
no es Piñera. Él fue elegido pese a su falta de carisma y ella lo será a pesar
de su incompetencia, pero ese matiz hace una diferencia sustancial en lo que a
la Gobernabilidad se refiere. Porque, pase lo que pase después de la elección,
ella seguirá siendo… ella. Y así como los méritos objetivos de Piñera no
aumentaron su popularidad, los deméritos de Bachelet no harán demasiada merma
en la suya (salvo, obviamente, que suspenda su política de bonos, que es la
única que en realidad le reditúa créditos objetivos en la feria).
El gran desafío para el próximo Gobierno no
será, por tanto, el de satisfacer o mesurar las expectativas revolucionarias,
porque en rigor nadie tiene ese tipo de expectativas puestas en Bachelet. El
gran desafío será, más bien, el de volver a convencer al chileno de algo que se
supone ya sabía, y es eso de que “uno igual tiene que seguir trabajando”. Es
duro, pero es verdad.