viernes, diciembre 03, 2010

Los hilos de la historia, por Margarita María Errázuriz.


Los hilos de la historia,

por Margarita María Errázuriz.



En días pasados tuve la oportunidad de asistir a la presentación de “MaipúCampana, alma de chilenía”, en el Templo Votivo de Maipú, obra del padre Joaquín Alliende. En esos mismos días, el Ministerio de Educación hizo el anuncio de que se reducirán las horas de clases de historia. Quiero comentar esa obra en vinculación con el estudio de nuestra historia. Al escuchar a sus actores, al coro y solistas, dejándome invadir por la música y gozando con las imágenes que creaban los bailarines, tuve una comprensión de la relación que existe entre la historia de Chile y el amor patrio, que no puedo pasar por alto.



El hilo conductor de la obra son campanas que repican y tejen el relato y la historia de Chile imbricada con la devoción a la Virgen del Carmen.



En el desarrollo se cruza la conversación de un nieto que evoca y habla con su abuelo —ya en el otro mundo— sobre sus cuitas y vivencias, con el relato de un cronista que va contando momentos cúlmines de nuestra historia. Así, el nieto entremezcla episodios históricos relatados por su abuelo que olía a manta de castilla, con recuerdos de paseos en medio de cochayuyos, gaviotas y conchas de machas enterradas en la arena. El cronista, por su parte, recuerda cómo los patriotas prometieron a la Virgen del Carmen levantarle un santuario cuando, angustiados, temían perder la libertad. Pasa también revista a cómo se fue gestando el cumplimiento de esta promesa. Con el nieto y el cronista se entremezclan voces de mujeres que se hacen eco del relato con poesía, prosa y frases evocadoras. La música va potenciando la atmósfera, y coros y solistas la acompañan.



El relato recorre lugares de gestas y recuerdos. Reconocemos nuestro territorio junto al correr de sus aguas —“van en una sola corriente, el Azapa…, el Biobío, el Cautín, y en confluencia, agua chilota, patagónica, goteo del Cabo de Hornos, y deshielo dulce de la Antártica”— y al canto de las aves: la música y el canto imitaron al chercán, a la loica y al chucao e hicieron presente al águila y a “la queltehua”. Quedaron palabras y expresiones grabadas: “ChileEdén ¡sea!”, “antes que Chile, chilena”, “la chilenía del alma”. La obra trasunta amor por nuestra tierra y nuestra historia. Su aparente incoherencia hace sentido, tiene eco, va conformando una totalidad que transporta.



Todavía bajo el efecto de esa emoción, uno se pregunta cómo es posible que nosotros, inmersos en los afanes del día a día, ni los sonidos de las campanas seamos capaces de escuchar. La chilenía del alma que en la obra ellas despiertan, en nosotros duerme. “MaipúCampana...” me hizo tomar conciencia de que hemos perdido el pulso de nuestra historia. Y no puedo dejar de preguntarme qué va a pasar con la chilenía de los jóvenes, con su identidad con nuestro patrimonio cultural, con menos horas de clases de historia bajo los efectos de una cultura global.



Dudo que los jóvenes sientan más propio el pastel de choclos o las empanadas que el sushi y el cebiche; pocos deben haber oído hablar del chercán o del chucao y de sus historias; algunos conocerán las mantas de castilla. La chilenía del alma, como se dice en esa obra, nos permite reconocernos como parte de un mismo tejido, de un acontecer que deja huellas, que habla de nosotros, que nos da fuerzas que son inseparables de nuestra historia. En un mundo global se requiere de esta unidad.



Como entiendo que es necesario que los niños en primer lugar sepan leer y comprender lo que leen, y como creo, también, que hay que mantenerles viva la chilenía del alma, el punto es pensar en cómo se hace. Una solución puede ser incorporar en los objetivos transversales de cada nivel el conocimiento de nuestro patrimonio cultural. En los textos escolares en general y en el desarrollo de la mayoría de las asignaturas hay muchas formas de inculcarlo. A mi entender, tener presente ambos objetivos es prioritario. Este desafío no permite simplificaciones.

EMPELOTANDO A LAGOS