Los tres delfines… y un gran desafío,
por Juan Carlos Eichholz.
Resulta imposible evitarlo. El poder está inscrito en las personas —en unas más que otras, por cierto— como una importante fuerza movilizadora, y las elecciones abiertas hacen que haya que trabajar con tiempo para posicionarse en las mentes y corazones de millones de electores. ¿El resultado? La carrera hacia La Moneda ya comenzó, guste o no, y las piezas del ajedrez se están moviendo, a través de jugadas más y menos atrevidas, en la lógica de ganarles posiciones a los otros contrincantes, esos mismos con los que es necesario trabajar codo a codo para avanzar los temas comunes. Y es que aquí radica, seguramente, la parte más difícil y dolorosa de la política: la construcción de lealtades sobre la mesa y la traición de las mismas debajo de ella.
Los que hoy llevan la delantera, y a quienes se ve más activos, son los ministros del Interior, de Educación y de Minería —parece no ser buena idea estar en el Parlamento si se tienen ambiciones presidenciales—, cada uno construyendo su plataforma de modos distintos.
Rodrigo Hinzpeter ha optado por ser el rostro visible de un ideario, al que fallidamente intentó bautizar como nueva derecha. Pero el nombre no es lo que hoy importa, sino el contenido, que se asocia inequívocamente a la nueva forma de gobernar: gestión, pragmatismo, firmeza ante los grupos de presión —incluidos especialmente los empresarios— y decisión a la hora de enfrentar los problemas. A falta de una historia personal o de un encanto especial, Hinzpeter explota la seriedad, el profesionalismo y su rol como segunda cabeza de un proyecto diferenciador, que parece ir ganando cada vez más adeptos en la ciudadanía.
Laurence Golborne es la Michelle Bachelet del gabinete de Piñera, qué duda cabe. Una historia personal que se conecta con un Chile cada vez más de clase media y meritocrático, cercano a la gente, dueño de un carisma personal que se lo quisiera cualquier candidato y, como si fuera poco, independiente y sin trayectoria política, lo que lo deja más allá del bien y el mal. Su plataforma, por lo tanto, no es un ideario ni un proyecto, ni menos un grupo político, sino él mismo. Y eso mismo, por otro lado, constituye su principal debilidad.
Joaquín Lavín, de más está decirlo, es un hombre conocedor de estas lides, dueño de una capacidad única en su sector para escuchar a la gente y conectarse con ella, pero al mismo tiempo golpeado por tantas decepciones ocurridas en la recta final. Esos mismos fracasos electorales, sin embargo, pueden ser hoy su principal activo, pese a que ya no encarna la novedad de antaño, hoy patrimonio de Golborne. Y es que Lavín goza de una libertad interior que le puede dar el temple para hacer lo que ningún político que se piense como candidato se atrevería a hacer: una reforma educacional de verdad. Es riesgoso, sin duda, pero su mejor plataforma sería ésa: no los fuegos de artificio que le conocimos como alcalde, sino los cambios profundos que un político avezado como él puede llevar adelante en un sector difícil y relevante.
Sin embargo, más allá de las legítimas plataformas individuales que cada uno de los tres delfines vaya construyéndose, el verdadero desafío para el sector es levantar una gran plataforma que pueda contener a todos ellos y a otros más. Y no me refiero a la parte fácil de esa plataforma, la estructural, que puede estar dada por las reuniones periódicas de las directivas de los partidos de la Alianza y por la aprobación de un mecanismo de primarias abiertas. Me refiero a la parte más difícil, a la cultural, que está dada por avanzar hacia una identidad clara y compartida, que vaya más allá de los precandidatos de turno. Finalmente, ¿qué significa ser centroderecha hoy? Ese es un debate pertinente y necesario, insinuado por Hinzpeter al levantar el concepto de nueva derecha, pero que debe ser construido no desde el Gobierno, sino desde los propios partidos de la Alianza.
Los presidentes de la UDI y de RN tienen una gran responsabilidad en abrir este espacio, que sólo puede tomar fuerza si, además, es apoyado por las figuras emblemáticas del sector: Longueira, Matthei, Allamand y Espina. Para que ello ocurra, no obstante, el sentido colectivo debe primar por sobre los egos individuales. Y ahí está, quizás, el mayor de los desafíos.