Sin clave,
por Jorge Edwards.
Pensaba que la reconstrucción podría ser una instancia de entendimiento, de relativa reconciliación, de búsqueda de unidad, y tengo que concluir que pecaba de exceso de optimismo. En vez de salir de la eterna discrepancia, de una lucha verbal sin cuartel, nos metemos un poco más en zonas de conflicto. La Concertación, con raras excepciones, vocifera, y da la impresión de que la Alianza pica el anzuelo con facilidad y tiende a perder la calma. Por ejemplo, el famoso cónclave fue un parto de los montes. El único que mantuvo un ánimo ecuánime, con todos los resguardos necesarios, fue el ex presidente Aylwin, y nadie dijo nada en relación a su actitud, pero los gestos, los murmullos, fueron más bien desfavorables. Eduardo Frei descubrió que la Alianza representaba una fuerte concentración de poderes económicos, de los medios, de todo el arcoiris nacional. Es una interesante novedad, como podrán advertir ustedes. ¿Quiere decir, entonces, que sólo puede gobernar la Concertación, puesto que la centroderecha tiene demasiado poder y demasiada plata? Y en consecuencia, si a usted le va demasiado bien en los negocios, ¿queda inhabilitado para intervenir en la política de su país? No sé en qué ley de la democracia chilena, o de la democracia universal, está escrita esta extraña inhabilidad. Y me pregunto, con respecto a esta vieja cuestión de los medios de prensa, si existe alguna prohibición, escrita o no escrita, para que la izquierda o la centroizquierda formen un diario. Me digo, a este respecto, un par de cosas. Los medios existentes, los periódicos de nuestros desayunos y de nuestras medias tardes, están obligados a subsistir en el terreno comercial, felizmente, y esto los lleva a entregar espacios a todas las corrientes de opinión. A mí, en verdad, me gustaría mucho que existieran medios de otras tendencias, de centro y de izquierda, porque esto podría provocar un debate de ideas inexistente hoy y absolutamente necesario: una renovación de nuestras rutinas mentales, una puesta en duda de los lugares comunes que nos agobian. Pero nadie ha podido hacerlo, y uno sospecha que los hombres de ideas, de curiosidad cultural, de lecturas, que existen en algún lado, a pesar de las apariencias, prefieren no correr riesgos.
Como soy persona más bien anticuada, poco dada a observar y reflexionar sobre las modas intelectuales, artísticas, políticas del momento, compro todavía periódicos y revistas de Francia, de España, de los Estados Unidos. Leo un día Le Monde, otro día El País, y otro el Washington Post. Siempre encuentro alguna página interesante, y la encuentro con alivio, con la sensación de que las cosas mejores de este mundo todavía existen. Hace unas semanas, por ejemplo, me topé con un inteligente, substancioso comentario sobre una traducción francesa reciente de ensayos de John Stuart Mill. ¡Qué interesante, pensé, qué estimulante, qué moderna, qué digna de repasarse hoy mismo, es la visión que tenía Stuart Mill de una democracia liberal! ¡Y qué vigente, qué instructiva para nosotros! El filósofo inglés hablaba de la pureza de las instituciones, de la selección cuidadosa de los funcionarios del Estado y de su necesaria estabilidad, de la libertad de prensa, de la limpieza de las elecciones.
Uno de los presupuestos mentales de mi generación y de las que nos siguieron de cerca fue el desprecio, la relativa desafección, la fe escasa en las llamadas libertades formales, burguesas. Después, cuando nos hicieron falta, comprendimos que estábamos perfectamente equivocados. En algunos casos, como el de Chile, pudimos echar marcha atrás a tiempo y salir de dictadura, pero el pago de esta culpa inicial, en otros, ha sido interminable y amargo. Lean ustedes a la bloguera cubana, a Yoani Sánchez, y verán de qué estoy hablando.
Sigo con mis lecturas de prensa extranjera y me encuentro con una notable entrevista a un joven militante del socialismo francés. Ahora es el alcalde socialista de Evry y candidato presidencial en las futuras primarias para 2012. El joven alcalde, Manuel Valls, probable hijo de algún emigrado de Cataluña, quizá de un amigo mío, Xavier Valls, sostiene que la izquierda francesa tiene que olvidarse de la palabrería, de la antigua retórica revolucionaria, de la «magia verbal» que parece que va a resolverlo todo y que al fin no resuelve absolutamente nada. Me acuerdo de inmediato de ejemplos chilenos y me los guardo, por cansancio y por prudencia. Por lo demás, Valls también acusa a Nicolás Sarkozy de ofrecer soluciones a los franceses a base de puros discursos. Pero dice algo más, interesante y vigente. Sostiene que la izquierda de su país, para regresar al poder, tiene que construir una argumentación que sea convincente, “creíble y responsable”. Porque ganó en las últimas elecciones regionales, pero con una participación electoral demasiado baja, no superior al 40 por ciento del electorado, y podría volver a tropezar, si no es capaz de cambiar de punto de vista en forma dramática, en las presidenciales próximas.
¿Creen ustedes que las palabras de este dirigente francés de nueva generación carecen de todo sentido en Chile, que leer diarios del vasto mundo es una pérdida de tiempo, que en nuestra angosta faja sabemos más que todos ellos? ¿Qué significado tiene para nosotros esto de formar una izquierda “creíble y responsable”? Aquí nos cuentan con toda tranquilidad, de brazos cruzados, de pierna arriba, que la culpa de los fracasos de la Concertación la tienen los ministros de Hacienda. Si hubieran soltado la plata a tiempo, dicen, otro gallo nos habría cantado. Y después de esta formidable explicación, o autocrítica, si quieren ustedes, se quedan tan contentos. Pero ocurre que los ministros de Hacienda representan las cifras, los límites, los equilibrios financieros. Echarles la culpa de las bajas votaciones, si fueron fieles a la necesidad, a los balances y los números, a la política de lo posible, es como echarle la culpa a la cordillera de los Andes.
El alcalde Valls dice algo que va un poco más lejos y que sorprende y hasta escandaliza a su entrevistador. Dice que la esperanza que tiene que traer su partido es la de la “autorrealización individual: permitirle a cada uno que llegue a ser lo que es”. “Es un proyecto muy de derecha, ¿no es así?”, comenta el autor de la entrevista, y el entrevistado le replica en forma contundente, y en nombre de la verdadera tradición intelectual, del célebre Jean Jaurés, que invocaba en su tiempo, en los años del Frente Popular, poco antes de la segunda guerra mundial, la idea política, ambiciosa y sugerente, de un “individualismo lógico y completo”. Aquí en Chile, a falta de argumentaciones sólidas, originales, levantamos la voz, se nos hinchan las venas del cuello. Y los demás, casi siempre, pisan los palitos, se pican en forma innecesaria. Pues bien, lo digo con franqueza y sin pensar en el efecto de mis palabras: observo este panorama y no me gusta demasiado. Todavía más: me produce un pesimismo casi invencible, muy cercano a lo deprimente.