Ministrar, por Adolfo Ibañez.
Antiguamente, en los campos se empleaba este verbo para señalar la labor de un ministro. Forma castiza y precisa para indicar la labor que le correspondía: meticuloso, exigente y disciplinante, lo que generalmente lo tornaba odioso. En el país concluye un largo período en que el desorden y la desidia fueron la tónica, tal como ha quedado demostrado con el terremoto. Esto ocurrió porque la finalidad de conservar el poder privilegió el engaño comunicacional antes que el trabajo serio y veraz.
Este antecedente de desorden incrementa la tentación de concentrar la labor de gobierno en la buena administración, como la forma más eficaz de enmendar rumbos y señalar diferencias con el período que acaba de terminar. Actitud presente en muchísimas personas sesudas, que contribuyen a formar opinión en círculos muy elitistas, convencidos de que la superioridad que se autoasignan los hace infalibles.
Correspondientemente, se tiende a descuidar la fundamental labor de conducción que corresponde al gobernante por estimársela superflua: "¡No aporta nada para incrementar los ceros en la última línea!", afirman enfáticamente, empleando una metáfora que alude a los balances de sociedades anónimas.
Olvidan aquellos sesudos señores que gobernar es conducir: en esa cancha se juega el verdadero partido. El éxito se alcanza cuando el pueblo se identifica con propuestas que entusiasmen. La labor de ministración, es decir, lograr soluciones, será valedera en la medida en que al gobernante se lo reconozca como un gran conductor. De lo contrario, esa tarea podrá ser despreciada livianamente por quienes en el futuro agiten sueños de redención, como sucedió por 50 años. Tampoco se trata de hacer primar una condición de político profesional que no tiene otro respaldo que las campañas mediáticas. Ni menos que prevalezca la politiquería que apenas alcanza a simular el acto de conducir.
Seriedad en la acción de todas las autoridades para llegar al pueblo, porque a él se orienta la acción del gobierno. Señalar objetivos estimulantes pero realizables, mostrar caminos adecuados para lograrlos; fortalecer el ánimo, siempre más flaco que lo que uno realmente puede; anunciar la luz del alba que disipará la oscuridad y los temores es la labor que hace grande al piloto en medio de las dificultades. Sólo en la medida en que se valore y se aprecie su cualidad conductora, se le hará más fácil al pueblo aceptar las exigencias y la disciplina que impone una buena administración.