El cambio: De eslogan a programa, por Roberto Mendez.
A pesar de las reiteradas encuestas, a pesar de la contundente ventaja de la primera vuelta, muchos persistían en el temor, o la esperanza según el punto de vista, de que las cosas podían resultar diferentes. Pero se dio el resultado, que era el esperable y que conocemos: Sebastián Piñera y la centroderecha gobernarán Chile por los próximos 4 años. Es un resultado en cierto modo paradójico, si consideramos que ocurre tras 20 años de una Concertación exitosa, tanto en lo político como en lo económico, y tras un gobierno que termina con una Presidenta en récord de popularidad. Contra toda lógica, los chilenos optaron por cambiar lo que, aparentemente, estaba funcionando bien.
Para que el gobierno de Piñera sea exitoso es muy importante comprender muy bien el profundo sentido de lo que ahora esperan los chilenos: Qué explica el triunfo de ayer domingo, aquello por lo cual los electores se arriesgaron, por lo que volvieron la espalda a una muy querida Presidenta, la tremenda fuerza que hizo que ignoraran la desembozada campaña de terror anti derecha de algunos sectores.
Lo que hay tras el triunfo de Piñera, tengámoslo claro, es un masivo clamor por renovación de la forma como se gobierna. Una demanda perentoria por mejorar la calidad en la gestión de la administración de la educación, de la salud, de la seguridad pública y, desde luego, por la forma de hacer política. No es casualidad que, en ambas coaliciones, los partidos simplemente debieron ser escondidos durante la campaña. Es necesario enfrentar ambos aspectos con igual energía: La forma de gobernar y la forma de hacer política.
Pero hablemos de gobernar. El Presidente Piñera enfrenta ahora un tremendo desafío. El estilo de gobernar debe ser diferente desde el primer día. Hasta aquí, creo, va bien. Ya se notó en su discurso de anoche. Además de celebrar, como era lógico, tuvo dos claros mensajes que creo empiezan a delinear su gobierno: Primero, fue un discurso muy arriesgado que, cuando ya no era necesario, elevó las expectativas (¡la elección ya estaba ganada!). Me pareció sorpresivo que el ahora Presidente electo decidiera, como si aún estuviera en campaña, prometer cambios rápidos y visibles en prácticamente todas las áreas de gestión, un cambio de estilo de gobierno, no descansar mientras hubiera desempleados, ¡fue simplemente electrizante! El segundo mensaje del discurso fue una omisión. Agradeció a muchos: A sus votantes, a los votantes de su adversario, a su adversario mismo, a su señora, a su familia, nombrando a cada uno de sus hijos, por supuesto a Dios y a algún otro que se me escapa. Pero, significativamente, no hubo ni una sola mención para los partidos que lo apoyaron. Lo que quiero entender de esta omisión, es que éste será un gobierno en que los partidos tendrán el rol que les corresponde, pero no tendrán el control ni estarán en la primera línea.
El país entero espera las señales que el Presidente electo debe empezar a dar, el discurso de anoche fue la primera. Existe una tremenda esperanza de que éste sea el gobierno de los mejores, que traiga, de verdad, una nueva forma de gobernar. Porque de lo contrario, la esperanza se transformará muy rápido en decepción.
El cambio fue un efectivo eslogan de campaña; ahora, se debe transformar en un proyecto de gobierno.