Bollos,
por Adolfo Ibáñez
por Adolfo Ibáñez
El horno no estaba para bollos. Estas elecciones manifestaron la protesta de quienes no vieron o no tuvieron otra forma de abrirse camino en el mapa político.
Pero los votantes no les franquearon el paso. No fue una rebelión del electorado, como ha ocurrido en reiteradas y memorables ocasiones. Fue la rebelión de los desplazados desde los partidos: algo inédito.
La Alianza y la Concertación mantuvieron el control completo del sistema, con lo que triunfó la estabilidad. Dentro de éste hubo movimiento y renovación, ya que creció la primera y disminuyó la segunda; y candidatos nuevos o menos nuevos desplazaron a otros viejos, lo que muestra una importante capacidad de selección que se debe tener presente. Con todo, la presidencial evidenció un amplio margen para la disidencia, que genera incertidumbre de cara a la segunda vuelta.
Hubo un gran número de postulantes fuera de los pactos fundamentales, pero sólo en cinco distritos tuvieron éxito los alternativos, que en ningún caso eran advenedizos: sus éxitos respondieron a sus capitales políticos loca- les y no a planteamientos que amenazaran al sistema. En los demás aspirantes antisistémicos prevalecieron sus ilusiones y sus fobias frente a un electorado que privilegió la estabilidad: no fueron capaces de movilizar los espíritus hacia nuevos horizontes.
Curiosamente, tres candidatos comunistas tuvieron éxito, pero sólo porque se integraron al sistema luego de trabajosas negociaciones con la Concertación, lo que testimonió el valor que le asignaron a los liderazgos tradicionales. Ellos recorrieron un camino inverso al de los descolgados; se tornaron sistémicos, renunciando a su marginalidad.
La segunda vuelta apuntará a captar los electores de ME-O, candidato mitad descolgado y mitad antisistémico, que recibió el caudal disidente. Sus seguidores deberán escoger entre un Frei apegadísimo al mapa existente y que puede captar a los partidarios del descuelgue de aquel presidenciable, y un Piñera que deberá moverse cuidadosamente entre el deseo de estabilidad de su base electoral y la necesidad de abrir espacio a la confusa disidencia de quienes le permitirían sumar los votos necesarios para alcanzar el triunfo.
En esta elección el horno no estuvo para bollos, pero se abrió un cauce para la disidencia: se marcó una mayoría sistémica y una minoría contestataria. En cuatro años más puede ser el electorado en rebelión el que busque nuevos liderazgos. Los pactos dominantes enfrentan el desafío de renovarse para mantener la estabilidad.