lunes, septiembre 07, 2009

Muralla de Acero, por Rodrigo Lema González.

(Rodrigo Lema, estudiante de Periodismo,
gran exponente de las futuras generaciones
de esta compleja profesión)


Desde mi ventana, el cielo está vestido de un acero implacable. Sin inmutarse, refleja miles de miradas con la autoridad de alguien que ha visto miles de cosas, pero no todo.


La lluvia se sucede con intermitentes periodos de calma, taladrando el piso con furia y calmándose tan súbitamente como aparece.


Mientras escucho el partido de los Marlins por la radio, pienso que el horizonte inmediato de nuestro país es de ese mismo color: frío. Un domo acerado, en cuyo interior el aire corta los pulmones y el agua entumece los músculos. Pocos se aventuran a tratar de cruzar el lago y llegar a tierra.


No sé si este país está dormido o es derechamente indolente, pero la situación que vivimos ya se está volviendo insostenible. Y hay algo que me inquieta: aunque sabemos que el oxígeno se nos está terminando, una buena parte de la población no hace esfuerzos por nadar hasta la superficie.


¿Qué pasa? ¿Se nos acabaron las fuerzas? ¿Nos cortaron la manguera? ¿Nos vaciaron el tanque?


Diría que es una combinación de todas las anteriores. El agua está helada, casi congelada, y faltan fuerzas para buscar un forado que nos permita llegar a tierra firme.


A pocos pasos de la orilla, allí está. La muralla rodea una colina sombría, azotada por vientos racheados y un clima devastador. En la cima, hay un fastuoso e imponente castillo, donde nuestras autoridades viven su vida, aislados del mundo exterior y alrededor de una acogedora chimenea. A las afueras, sin poder traspasar las puertas, están todos los componentes del indeseable panorama nacional: delincuencia, drogadicción, corrupción, lumpen y terrorismo.


Podemos ver que nos encontramos ante una triple barrera. No sólo el muro nos separa de llegar a salvo a las puertas, sino que el camino es tan arriesgado que las posibilidades de morir en el intento son altísimas. ¿Recuerdan lo que mencioné sobre las baldosas, en una columna anterior? Es bastante parecido, salvo que se asemeja más a un campo minado que al cualquier otra cosa.


Al mirar el camino que se extiende ante mí y se pierde en la pendiente, doy el primer paso, sin tener la certeza de si volveré a poner mis pies en la orilla del lago.

EMPELOTANDO A LAGOS