La Democracia Cristiana ha hecho formalmente una convención ideológica, lo que requiere gran coraje, en tiempos en que las ideologías están a la baja. No conocemos el detalle de sus conclusiones, salvo aquellos aspectos que han trascendido a los medios, como el tema del lucro o emprendimiento en educación, o algunos cambios al sistema político, incluso la Constitución. Estos cambios tienen que ver con su posición político-técnica frente a los temas nacionales. Muchos de éstos deberán pasar por el sistema político y los acuerdos necesarios. Dejemos esa discusión para el Congreso cuando corresponda.
La gran pregunta y la gran importancia de esta convención, a mi juicio, tiene que ver con su propio funcionamiento y definiciones como partido, ya casi avanzada una década del siglo 21. Son muchas las preguntas que surgen con fuerza: ¿podrá la DC convertirse en un partido de nuevas ideas, más que un partido de militantes o masas? ¿Será capaz de encontrar su unidad, con tanta diversidad interna? ¿Será capaz de lanzar nuevas camadas de líderes al país? ¿Hasta dónde puede transar principios, y valores, en una coalición que se mueve abiertamente a la izquierda? ¿Qué es ser centro político en el siglo 21? ¿Está dispuesta a ser minoría por sus ideas? ¿Cuál es la forma de democracia interna compatible con todo lo anterior? Estas preguntas no son triviales. Son sin duda el trasfondo relevante de esta convención y las veremos evolucionar junto con la evolución misma del partido. Son preguntas que ya no pueden evadir más, y cuyas respuestas probablemente no serán de consenso. ¿Entonces qué? Ese es el eje. No son los valores los que deben ajustarse al tiempo, sino justo al revés.
La familia ya no es sinónimo de matrimonio en la actualidad. La tecnología ha intervenido los fundamentos de la vida y seguirá haciéndolo de manera creciente. La globalización impone sus reglas sin preguntar demasiado. Los estado-naciones pierden relevancia en la historia. El mundo se transculturiza sin piedad. China e India irrumpen en el sistema capitalista mundial y se aprontan a ser potencias dominantes, pero tienen otras culturas. La población crece a casi 100 millones de personas por año y los niños que nacen en países desarrollados tienen más de 100 años de expectativa de vida. La brecha digital entre países y entre personas se agranda sin piedad. Nada de esto tiene vuelta atrás. Es imperativo que se definan claramente los valores de los partidos.
Sobre estos temas es la verdadera política del siglo 21, al menos la que quiera llevar a sus países a mejores condiciones de vida. El Partido Demócrata Cristiano, perdidos ya los antiguos radicales, tienen la posición más clara de centro político. Hoy en jaque por Renovación Nacional que ha salido a disputarlo con éxito. Chile Primero habla de gobierno de unidad. La UDI se mueve a una variante popular de derecha, y la izquierda es la izquierda: voluntarista siempre. Ahora con algunos asomos de chavismo entrando por los flancos.
Por ello, la forma en que la DC resuelva sus definiciones internas, más que las externas, es lo que realmente debemos observar con cuidado. No sólo está en juego la existencia de la Concertación, sino una eventual polarización del país, dependiendo de cómo evoluciona su organización. Ojalá no se mueva del centro, una vez definido lo que éste significa en este siglo. Ojalá su eje principal sea valórico y no estratégico, ni menos táctico. Ojalá reviva su tradición de intelectuales y se la juegue por las nuevas ideas. Ojalá sea capaz de traer a Chile muchas de las nuevas preguntas, que no son las obvias de la coyuntura donde estamos estancados. Ojalá entienda que es necesario tener una economía vigorosa que se expanda a más del 6,5%, si queremos resolver tanto la pobreza extrema, como alcanzar un nivel atractivo de desarrollo.
Chile es un país de muy poca población. Difícilmente seremos más de 19 millones y eso no antes del 2050. Los viejos somos cada vez más. Nuestras universidades investigan poco o nada. El conocimiento se duplica cada 4 ó 5 años. De innovación hablamos pero no hacemos.
En 90 días más, con el informe, sabremos si la DC cambiará realmente su propia organización o seguirá escindida con riesgo vital. La responsabilidad histórica es enorme, precisamente por ser, por ahora, el eje del centro político nacional.
La gran pregunta y la gran importancia de esta convención, a mi juicio, tiene que ver con su propio funcionamiento y definiciones como partido, ya casi avanzada una década del siglo 21. Son muchas las preguntas que surgen con fuerza: ¿podrá la DC convertirse en un partido de nuevas ideas, más que un partido de militantes o masas? ¿Será capaz de encontrar su unidad, con tanta diversidad interna? ¿Será capaz de lanzar nuevas camadas de líderes al país? ¿Hasta dónde puede transar principios, y valores, en una coalición que se mueve abiertamente a la izquierda? ¿Qué es ser centro político en el siglo 21? ¿Está dispuesta a ser minoría por sus ideas? ¿Cuál es la forma de democracia interna compatible con todo lo anterior? Estas preguntas no son triviales. Son sin duda el trasfondo relevante de esta convención y las veremos evolucionar junto con la evolución misma del partido. Son preguntas que ya no pueden evadir más, y cuyas respuestas probablemente no serán de consenso. ¿Entonces qué? Ese es el eje. No son los valores los que deben ajustarse al tiempo, sino justo al revés.
La familia ya no es sinónimo de matrimonio en la actualidad. La tecnología ha intervenido los fundamentos de la vida y seguirá haciéndolo de manera creciente. La globalización impone sus reglas sin preguntar demasiado. Los estado-naciones pierden relevancia en la historia. El mundo se transculturiza sin piedad. China e India irrumpen en el sistema capitalista mundial y se aprontan a ser potencias dominantes, pero tienen otras culturas. La población crece a casi 100 millones de personas por año y los niños que nacen en países desarrollados tienen más de 100 años de expectativa de vida. La brecha digital entre países y entre personas se agranda sin piedad. Nada de esto tiene vuelta atrás. Es imperativo que se definan claramente los valores de los partidos.
Sobre estos temas es la verdadera política del siglo 21, al menos la que quiera llevar a sus países a mejores condiciones de vida. El Partido Demócrata Cristiano, perdidos ya los antiguos radicales, tienen la posición más clara de centro político. Hoy en jaque por Renovación Nacional que ha salido a disputarlo con éxito. Chile Primero habla de gobierno de unidad. La UDI se mueve a una variante popular de derecha, y la izquierda es la izquierda: voluntarista siempre. Ahora con algunos asomos de chavismo entrando por los flancos.
Por ello, la forma en que la DC resuelva sus definiciones internas, más que las externas, es lo que realmente debemos observar con cuidado. No sólo está en juego la existencia de la Concertación, sino una eventual polarización del país, dependiendo de cómo evoluciona su organización. Ojalá no se mueva del centro, una vez definido lo que éste significa en este siglo. Ojalá su eje principal sea valórico y no estratégico, ni menos táctico. Ojalá reviva su tradición de intelectuales y se la juegue por las nuevas ideas. Ojalá sea capaz de traer a Chile muchas de las nuevas preguntas, que no son las obvias de la coyuntura donde estamos estancados. Ojalá entienda que es necesario tener una economía vigorosa que se expanda a más del 6,5%, si queremos resolver tanto la pobreza extrema, como alcanzar un nivel atractivo de desarrollo.
Chile es un país de muy poca población. Difícilmente seremos más de 19 millones y eso no antes del 2050. Los viejos somos cada vez más. Nuestras universidades investigan poco o nada. El conocimiento se duplica cada 4 ó 5 años. De innovación hablamos pero no hacemos.
En 90 días más, con el informe, sabremos si la DC cambiará realmente su propia organización o seguirá escindida con riesgo vital. La responsabilidad histórica es enorme, precisamente por ser, por ahora, el eje del centro político nacional.