miércoles, diciembre 15, 2010

A la chilena…, por Max Colodro.



A la chilena…,

por Max Colodro.



Acortaremos las horas de historia en las escuelas, pero ésta nos persigue sin tregua. Un bicentenario para la historia, para no olvidar lo que hemos sido y lo que porfiadamente insistimos en ser. El alma telúrica de Chile, que nos sacude una y otra vez. Sin contemplaciones, sin darnos mucho más que un instante para pensar que podemos desprendernos y aspirar a algo distinto. The chilean way, escrito así, en lengua ajena y lejana. Pero no: a la chilena, no más. En un español a duras penas escrito en un país donde muchos, demasiados, aún no entienden lo que leen. Y es verdad: una vez más, este año no entendimos.



Llegó el terremoto y todos los celulares dejaron de funcionar. Tuvo que aparecer Hillary Clinton y entregarnos sus satelitales de regalo. Llegó también el tsunami arrasando localidades costeras y horas después todavía discutíamos si dar o no la alerta. La Presidenta de Chile se preguntaba en voz alta “¿y dónde está el piloto?” Más tarde, en las ciudades del sur las masas asaltaban los supermercados para llevarse plasmas y zapatillas, sólo objetos de primera necesidad. Los militares no pudieron estar a tiempo en las calles porque las autoridades tenían temor a revivir los fantasmas de la dictadura. El cambio de gobierno tuvo que ser así, a la rápida, porque las réplicas no entienden de rituales republicanos. Los invitados extranjeros sólo pensaban en salir corriendo.



Después vino el Mundial y nos reencontramos con nuestros sueños. Chile en grande y en colores. Una encuesta mostró que más del 70% del país estaba seguro de que llegaríamos a la final. En rigor, los resultados fueron buenos hasta que españoles y brasileños nos ayudaron a hacer las maletas. Con todo, nos quedaron las lecciones de siempre: el “valor del proceso” y “la nueva mentalidad”. El corolario todavía se escribe: las elecciones de la ANFP nos dejaron sin entrenador y aún discutimos sobre los resquicios legales de un reglamento, de las habilidades o inhabilidades de los dirigentes. Es que Chile es un país serio: aquí la ley y las instituciones funcionan.



Está bien: no seremos como los argentinos, campeones del mundo en el fútbol, pero somos campeones mundiales rescatando mineros. La joya del Pacífico. Transmisión en directo que por fin nos puso en las grandes ligas e hizo que el pecho se nos llenara de legítimo orgullo. El planeta aplaudiendo atónito el milagro chileno. El Presidente recorriéndolo con su papelito. Los mineros paseándose por los programas de farándula cantando a Elvis Presley. The chilean way ahora sí, por fin, en inglés, como se debe en un país con reconocimiento universal.



Pero la alegría duró poco. La miseria de nuestras cárceles estalló en llamas y se llevó más de ochenta vidas, junto con muchos de nuestros destilados de grandeza. De vuelta al país de los contrastes brutales, de los dolores cotidianos que todos conocemos y preferimos olvidar. Frente al drama, nada nuevo: las autoridades de ayer y de hoy pasándose unos a otros la cuenta. En el camino, hasta volvimos a uno de nuestros deportes favoritos: discutir cómo debemos contar a los pobres. Es que, al parecer, hay cosas que definitivamente no cambian. Y es sobre esas cosas, y a pesar de ellas, que debemos aprender a “leernos” y esforzarnos por entender lo que leemos. No hay otro Chile, salvo este que construimos, mal que nos pese, todos juntos, y sin la ayuda de nadie.


Como para creer en la dureza del destino; en el “odio de Dios” del que hablaba Vallejo. Como para no dejar de recordar todos los días que sólo somos aquello que hemos hecho de nosotros. Que no hay nada más inevitable que el pasado, pero que el futuro no lo es. Quizá ahí radica al final el más brutal de nuestros contrastes: en no querer mirar y asumir que sólo seremos aquello que estemos dispuestos a hacer de nosotros mismos. Como para llegar a creer que este bicentenario deliberadamente ha querido que eso no lo olvidemos nunca.

EMPELOTANDO A LAGOS