jueves, marzo 08, 2007

Esa blanca mediocridad, por Gonzalo Rojas Sánchez.





Si Patricio Navia las emprendió contra Dávalos Bachelet y Carlos Peña trituró a Lagos Weber, la cosa debe ser muy seria. Estamos en presencia de dos columnistas reputados y con adn concertacionista.
La selección de aquellos caballeros de apellidos presidenciales para un cargo y una beca de alta cualificación, ¿configura simplemente un par de casos más de corrupción? No; probablemente sería injusto calificar así el apitutamiento de ambos delfines. Bastaría, eso sí, con decir algo formalmente más blando, pero también más terrible en el fondo: ambos casos son ejemplos de mediocridad, de la simple mediocridad; una blanca palidez, una blanca mediocridad.
Hay situaciones muy graves en la vida de los humanos y más aún si están, si estamos, en la plaza pública, pero nada es peor que esa tibieza que será vomitada por la boca todopoderosa al final de los tiempos, y que ya produce nauseas en los ciudadanos comunes y corrientes, hayan leído o no el Apocalipsis. Esa blanca palidez, esa blanca mediocridad.
Blanca, porque se viste con ropajes de pureza ideológica y profesional. Porque si se es hijo de los presidentes alguna vez supuestamente perseguidos, sin duda que los delfines creen ser capaces de proyectar la imagen de limpieza que se autoadjudican quienes se opusieron a Pinochet, desde Alemania Oriental o directamente en Chile. Un Dávalos Bachelet, un Lagos Weber, a pesar de su comprobada palidez intelectual, creen ser dignos de blancas vestes en el Olimpo funcionario. Sus padres les abrieron el camino, pero en sus trayectorias personales no hay más que blanca mediocridad; desgraciadamente para ellos, la estela quedó y pudo ser rastreada.
La mediocridad es un atentado sutil pero directo a los derechos humanos. Estos señores -y quizás cuántos más, cuyos méritos de cuna concertacionista se han impuesto sobre toda cualificación intelectual- administran dineros, procedimientos, nombramientos e imágenes; influyen así decisivamente en las vidas de cientos de miles de chilenos; uno de ellos, bastante poco, porque es asesor de no se sabe qué; el otro, más, porque es ministro con pantalla abierta. Pero uno y otro, ¿pueden desde su blanca mediocridad beneficiar a sus compatriotas o los están dañando seriamente con cada una de sus actuaciones?
Los derechos humanos se asociaron siempre en la retórica de la izquierda a la integridad física de sus activistas y terroristas; desde la otra vereda se defendió habitualmente un concepto mucho más integral, en el que el descenso de la mortalidad infantil, el acceso al alcantarillado en las poblaciones, la cobertura educacional y la protección de la familia se consideraban coordenadas básicas de los auténticos derechos humanos del chileno de a pie, del ciudadano sin metralletas ni bombas.
Casi 30 años atrás, en 1978, Miguel Kast era nombrado Director de Odeplán. Con la excelencia que lo caracterizaba, llamaba a su lado a los más destacados profesionales jóvenes del momento. Los Lavín, los Larroulet, los Astoreca y tantos otros, lo tenían todo para llenarse los bolsillos en la actividad privada. Lo tenían todo también para un servicio público al más alto nivel; carecían de esa blanca palidez de la mediocridad.
Qué contraste.


(En la fato, don Gonzalo Rojas Sanchez rodeado por un grupo de jovenes a los que prepara doctrinaria y valoricamente)

EMPELOTANDO A LAGOS